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Mostrando entradas de noviembre, 2009

Bajo tu cama

Bajo tu cama sólo cabe un asesino con la estatura de un funcionario de correos. O eso o ha pasado quince años abrochándose al pecho las piernas, en una hábil maniobra para que tu madre no las barriera cada vez que pasaba por allí el cepillo, y en ese caso si sale fuera podrás descubrirlo rápidamente por el crujido de sus rodillas en cremallera de vuelta al par. En todo caso, nada que no sepa esquivar una atleta como tú. Bajo tu cama sólo cabe un dragón delgadito. Pirófilo, como todos los dragones, pero incapaz de incendiar la habitación con el escaso fuelle que le cabe en esos dos metros cuadrados. Un dragón travieso, que aprendió a concentrar el viento de sus mofletes en calima sobre los dominios de la almohada y a hacer allí, como ataque más amenazante, que se te calentara la cabeza y se te contagiara el sur de la cintura. Nada más, que bastante tenía con hacer dieta para seguir allí, porque si no era imposible compartir espacio con la caja de ropa de invierno en verano de verano en ...

De vuelta inversa

Tuvo que ser tu madre la de la cuarta, porque el primerizo era el médico y después de que las tres primeras hubieran caído fuera de sus manuales, las únicas lágrimas que se desparramaban por el paritorio seguían siendo las que salaban su bata umbilical, así que no le dejaban ver siquiera si te estaba dando la torta en el culo o estaba golpeando la camilla de rojo con sus dedos. Y ni aún así. Ni con la ostia de tu madre, ni con el carrusel de vacunas de los dos años ni con el siete de los siete en la rodilla que había perdido de vista la bicicleta, ni en los patines de los ocho a los dientes, ni en las gafas partidas por el suelo de los nueve, ni en las gafas volando por los cielos de los diez. Ni tan siquiera cuando a los once aprendiste a ganar dinero y a romperte las medias con ello. No llorabas, porque te daba igual. Sangrabas, claro que sangrabas, y en la garganta de las monjas el santoral entero, y en tu madre el santoral entero, pero no precisamente en la garganta. Sangrabas, y s...

Asesinos a sueldo (la tabla del siete)

Lo malo que tienen los asesinos a sueldo es, precisamente, el dinero. Y que lo más común en las historias que los tienen como secundarios es que los protagonistas, a uno y otro lado de la cuerda floja de diez pasos, tengan las mismas ganas de matar a su oponente. Así que se disputan al asesino como en una partida de ping-pong, o como en una subasta, como quien llega a una subasta con una morena cuyos labios dan nombre a los semáforos a la que ha conocido casualmente una hora antes de pujar y entonces necesita pujar más alto, morena en mano, para que ella mantenga esa media sonrisa de sexo salvaje esa sonrisa que sólo se mantiene con diez mil por la mesa de colmillos de rinoceronte o veinte mil por el conjunto que marylin llevaba* (…) lo mismo con los asesinos a sueldo pero en vez de los labios rojos jugándose la posibilidad, entre otras, de unirse a la vuelta de un mal disparo al club de la alimentación nasogástrica o a la vuelta de uno certero al de los que fueron laringectomizados ju...